Aventuras y desventuras de José Ballesteros Vergara

Una historia de José Ballesteros Vergara, natural de Alcocer, vecino de Alcocer y Casasana, alcalde de Casasana y abuelo de muchos alcocereños.

Luis del Saz Ayllón

12/8/20248 min read

Expediente sobre indemnizarse a José Ballesteros
Expediente sobre indemnizarse a José Ballesteros

Os cuento una parte rescatada del olvido de la historia de José Ballesteros Vergara nacido en Alcocer en 1795 o 1796, hijo de Félix Ballesteros y de María Vergara.

El padre de José, Félix Ballesteros, figura en el Catastro de Ensenada un encargo realizado en 1752 y que abarcó la descripción detallada de 15.000 lugares de la Corona de Castilla. El trabajo fue ordenado por el rey Fernando VI a propuesta de su ministro el Marqués de Ensenada.

Este documento puede encontrarse en el Portal de Archivos Españoles del Ministerio de Cultura, digitalizado. Allí aparece Félix en el cargo de “Escribano Real y del número y ayuntamiento desta villa”. Siendo “asimismo escribano del número y ayuntamiento Francisco Zerbigón Cámara”. El primero por doscientos cincuenta ducados y el segundo por treinta. No me pregunten por esta desigualdad de salarios, solo puedo sospechar que el uno era escribano titular y el otro auxiliar del anterior.

Félix y María tuvieron cuatro hijos: Vicente, María Antonia, Inocencio y nuestro José, protagonista hoy.

Me podría extender con los cuatro pero, dado el espacio y tiempo disponibles, nos centraremos en José y, sobre todo, en un sucedido acontecido al final de la primera guerra Carlista.

José casó con una mujer de Casasana, de nombre Esperanza y de apellido del Río y, aunque siguió manteniendo propiedades, familia y lazos en Alcocer, se trasladó a aquel pueblo donde se asentó temporalmente.

En 1820, dio inicio en España el trienio liberal en el que el pronunciamiento de Riego obligó a Fernando VII a restablecer la Constitución de 1812, vulgarmente llamada “la Pepa”. En 1821, sucedió en Alcocer que la corporación municipal “una de las más constitucionales de la provincia de Guadalajara” decidió cambiar la coletilla “del Infantado” por “del Guadiela”, “…Queriendo el Ayuntamiento borrar todo vestigio de vasallaje y feudalidad, solicitó que se suprimiese el sobrenombre de Infantado, con que la villa ha sido designada hasta ahora, y que se la llamase simplemente Alcocer o con el dictado de Guadiela, río que corre por su término, a lo cual ha accedido el Gobierno, disponiendo que se llame en lo sucesivo, Alcocer del Guadiela” … “Del excelente espíritu de que están animados el Ayuntamiento y Milicia Voluntaria participa la mayor y más sana parte del vecindario; pero no faltan algunos, aunque en muy corto número que, con malignas pero muy solapadas intenciones, procuran resfriar el amor a las nuevas instituciones, sembrar las desconfianzas, e introducir la división. Con este objeto se ha tratado de indisponer la milicia no voluntaria con la voluntaria y lo que debiera ser un estímulo de noble emulación y un vínculo de unión para la primera, convertirlo en un motivo de resentimiento y de discordia. No es de creer que los honrados milicianos no voluntarios se dejen llevar de estas pérfidas sugestiones que, aunque paliadas con pretextos especiosos, llevan un fin muy torcido; y en todo caso la prudencia del Ayuntamiento y la generosidad de la milicia voluntaria, opondrán un insuperable obstáculo a tan dañados designios” (Periódico El Universal, 2 de septiembre de 1821). Como se ve, andábamos enzarzados en lo de siempre… son las costumbres del Reino. Las reglas se relajaban, las mentes se abrían, el autoritarismo parece que se alejaba y el pueblo comenzaba a participar con ilusión. Pero esto gusta poco a los privilegiados y sus marionetas y los cuentos no suelen tener final feliz en la piel de toro.

El año de 1823, fue el final del trienio liberal. Terminó dicho periodo con la invasión francesa ese mismo año de los 100.000 hijos de San Luis, enviados por Luis XVIII con el beneplácito implícito de las demás monarquías europeas, que veían peligrar sus absolutas voluntades, restaurándose la monarquía sin cesiones de ningún tipo al pueblo, como Dios y la tradición mandan.

Se sabe que los franceses andaban algo escandalizados con las represalias que los realistas estaban tomando con los partidarios de la Constitución.

“Conforme iban avanzando hacia el sur las tropas francesas, los realistas españoles desataron «una explosión general de violencia» que «cubrió el país de venganzas y atropellos, practicados sin sujetarse a ninguna autoridad ni seguir norma alguna» y cuyas víctimas fueron los liberales” Fontana, Josep (1979). La crisis del Antiguo Régimen, 1808-1833. "La historia nunca se repite, pero a veces rima" (Mark Twain) ¿Verdad que sí?

El francés Duque de Angulema, a la cabeza de sus tropas, trató inicialmente de limitar estos excesos y en el 8 de agosto de 1823 promulgaba la “Ordenanza de Andújar” que despojaba a las autoridades realistas de la facultad de llevar a cabo persecuciones y arrestos por motivos políticos. Pero el 26 de agosto tuvo que “aclarar” corriendo o más bien rectificar, la orden anterior, ante la furibunda reacción de los realistas, que querían sangre. Nuestra derecha es así, sangrienta y amante de “las caenas”.

Tres años después del fin del trienio, en 1826 y en la villa de Casasana, nuestro José sufrió la resaca del mismo y de la reacción. Tras tres años de persecución por parte de los partidarios realistas, fue acusado al fin por un particular de “tratar de levantar una partida para proclamar la Constitución en unión de otros nacionales de Casasana”. El particular que denunció al Ballesteros se llamaba Victoriano Tierraseca.

Como consecuencia de la denuncia “se le siguió una causa y, en su virtud, sufrió quince meses de prisión en Cuenca, hasta que la Chancillería de Granada falló”. Sin embargo, el fallo no fue el esperado por Tierraseca. La Chancillería declaró no sólo que José Ballesteros era inocente, sino que se trataba de una invención y lo declaró como calumnia. No consta la resolución concreta en la documentación que dispongo, pero es de suponer que Victoriano se fue a la cama con el culo caliente y muy dolorido. Y escocido por estos motivos estuvo al parecer muchos años.

En esas estábamos cuando sobrevino la guerra civil entre los antes "realistas" de Fernando VII y los carlistas del “Dios, Patria y Rey”, mucho más fundamentalistas que los primeros y que, fallecido Fernando, rechazaban a la niña Isabel II como reina. La guerra transcurrió entre 1833 y 1840. Las tropas “facciosas” se atrincheraron, entre otros lugares, en el Maestrazgo, donde lideraba Cabrera, autonombrado general y, muchas de sus tropas, estaban en la sierra de Albarracín, por ser un lugar escarpado y de fácil defensa. Se hicieron fuertes entre otros lugares, en el de Beteta y fueron numerosas las racias por la Hoya del Infantado y norte de Cuenca.

Alcocer fue saqueada varias veces entre 1839 y 1840 y el Convento fue quemado, capítulos que merecen artículos aparte.

Estaba nuestro José entonces, 12 de septiembre del 1839, como alcalde de Casasana, cuando tropas “facciosas” procedentes del fuerte Cañete de Beteta llegaron a la villa y la saquearon, secuestrando a su hijo Gregorio al no poder encontrar a José. Gregorio estuvo setenta días retenido en dicho fuerte, setenta días “de amargos padecimientos superiores a las fuerzas de ese joven de diecisiete años”. José pagó 2.940 reales por su rescate.

Posteriormente en ese mismo año, otra partida de rebeldes “al mando del titulado capitán del escuadrón de Toledo D. Julián Halde” volvió a Casasana. Aquí es donde Victoriano Tierraseca ve su momento y se aprestó a indicar a las huestes carlistas los lugares donde podrían encontrar a José Ballesteros, amén de persuadirles “para que concluyeran con su vida y bienes”.

Tras registrar varias casas, José fue finalmente apresado y conducido a la plaza Mayor, donde apareció “lleno de heridas y golpes”. En esa plaza, Victoriano, sabedor de que la acusación contra su alcalde podría suponerle represalias de sus convecinos, realiza lo que llamaríamos “un paripé” o actuación pública donde, si antes pedía en privado la muerte, ahora pedía en público que cesaran los malos tratos, con el fin de ocultar “que él les había inducido para que le prendiesen, a lo que contestaban las facciones que -no se puede comprender a este hombre, después de que nos ha manifestado cómo podíamos coger al preso y que debíamos matarlo porque era el mayor cristino (por la reina regente) de esta villa, ahora intercede para que no le demos de golpes, cuando a solas nos ha dicho que concluyamos con él y con sus bienes-”.

José fue llevado finalmente al fuerte de Beteta “donde permaneció por espacio de ocho meses, sufriendo las mayores penalidades, trabajando a fuerza de golpes en las obras del fuerte con un par de grillos”.

En ese tiempo, el regidor de Casasana, Francisco Martínez, entregó 380 reales a María Casero, mujer de Saturio Checa, un paisano de Casasana, para ir a entregarlas al fuerte de Beteta a cuenta del rescate del Alcalde Ballesteros, asunto ese de la liberación que se prolongó por más tiempo del esperado, concretamente hasta el 13 de Junio del año 40.

José iba a ser fusilado "de un día para otro" puesto que las tropas, perdida su causa, estaban ya por abandonar el fuerte. Apareció entonces Victoriano Tierraseca, sorprendentemente no para participar en el fusilamiento, sino para pedir la liberación de su rival, cosa que consiguió.

No quiero alentar a los que creen en los milagros y en la bondad del ser humano: lejos de ser este un acto de misericordia, resultó que Félix Gusano, Comandante de Salvaguardas de la provincia de Guadalajara, se había desplazado poco antes a Alcocer y, en casa del regidor de esta villa Bernabé Quesada, se reunió con Victoriano Tierraseca y le dijo: “Ya sé que usted persuadió a los facciosos para que se llevasen al alcalde de su pueblo de usted, don José Ballesteros y que les aconsejó que lo matasen, pero si inmediatamente no va a Beteta e intercede con sus amigos los facciosos para que lo suelten, desde ahora le aseguro a usted que la muerte que aquel sufra, ha de sufrir usted”. Ni que decir tiene que, perdida la causa y con su vida en el alero, Victoriano, ahora sí, encontró motivos para obrar con rectitud.

El 16 de Enero de 1841, José Ballesteros interpuso denuncia en el juzgado de Sacedón “por exacciones pecuniarias” para ser indemnizado de los rescates propios (380 reales) y de su hijo (2.940 reales) amén de las pérdidas sobrevenidas en sus cosechas, al no poder atenderlas y que se valoraron en 14.500 reales, “más bien más, que menos”, indemnización que tendría que afrontar Victoriano Tierraseca de Casasana. Todos los testigos, desde el comandante de los salvaguardas, vecinos de Casasana citados y el regidor de Alcocer Bernabé Quesada confirmaron los relatos anteriores a petición del juez.

Testificaron en contra de Victoriano Tierraseca: José Martínez, Eugenio, Manuel y Teresa Herráiz, María Oliva (mujer de Faustino Martínez), Faustino Martínez, Antonio Oliva, Manuel Oliva Tomico, Bernabé Quesada y Félix Gusano.

En la documentación no consta el fallo, pero la cosa apuntaba mal y peor para el Tierraseca. No creemos que saliera bien parado.

A veces la fortuna viene de golpe y, casi en esas mismas fechas, a los pocos años, José y sus hermanos recibieron una sustanciosa herencia de Antonio Pérez de Hirias, natural de Valdeolivas, obispo de Mallorca, consejero de Su Majestad y primo de ellos.

Sabemos por su diario, que José tuvo trece hijos, de los que felizmente llegaron a adultos cuatro: Gregorio, Mercedes, Fausta y Francisca. José falleció en Alcocer en 1877 a los 81 años. Su "secuestrado" hijo Gregorio Ballesteros del Río casó con otra Ballesteros, Faustina Ballesteros Pardo, pero ambos murieron demasiado pronto, dejando a su joven y único hijo menor de edad, Luis Joaquín Ballesteros Ballesteros, a cargo de sus tíos maternos, los hermanos de su madre Faustina, en Alcocer. Ya a inicios del siglo XX Joaquín llegó a ser alcalde en Alcocer en 1916, como lo fueron antes los influyentes hermanos de su madre Faustina: Víctor y Vicente, que también ejercieron de jueces de paz. Heredó Joaquín de su tío Víctor la casa al inicio de la Calle del Martillo, casa que aún mantienen sus descendientes. El único hijo de Joaquín, Ricardo, sería luego Juez: antes, durante y después de la guerra civil. Suponemos que por casualidad más que por homenaje, Ricardo puso a su único hijo varón de nombre José, José Ballesteros Cervigón, Pepe Ballesteros para los alcocereños, como nuestro protagonista de hace 200 años.

Me dejo mucho por contar. Intrigas, traiciones y pleitos. Para otro capítulo.