El médico de Alcocer
Breve y resumida historia de 30 años de servicios como médico en Alcocer y algunos más sufriendo las consecuencias
Luis del Saz Ayllón
6/30/202310 min read
Don Enrique de San Andrés Flores, más de 30 años ejerciendo como médico en Alcocer
La pasada primavera tuve la suerte de coincidir con uno de los nietos del médico de Alcocer a quien regalé el libro de Isabel García Guindo “Vuelta a la madre”, una descripción novelada de las experiencias de posguerra de una familia humilde de Alcocer, una de tantas historias guardadas en cajones, por una mezcla de dolor, miedo y pudor, de las decenas, si no cientos, que se ocultan, solo en esta población.
Isabel presentó finalmente en Alcocer su libro, un libro muy importante porque abre el complicado melón de contar el pasado, un pasado con niveles extremos de crueldad e inhumanidad, pero también un pasado donde hubo grandes ejemplos de lo contrario.
Hay muchas historias, hoy cuento una pequeña parte de una de ellas.
Conversando con Isabel, le comenté el suceso del regalo de su libro al nieto del médico de Alcocer.
-“¡Ah! ¡Don José!” Me contestó.
- “No, su predecesor”. Dije yo indicándole algunos datos.
Don José Pérez López, el médico al que se refería Isabel, fue destinado a Alcocer en 1942 y aparece con otro nombre en su libro, donde presta cuidados de manera desinteresada a la protagonista “Cuesta”. La sanidad entonces había que pagarla y la gente andaba "algo apretada". Don José –los médicos llevaban el don siempre- era un tipo elegante y, según me cuentan, con un pasado republicano, que pasaba consulta en la casa de Doña Fernandita en la Glorieta, ahora propiedad de la familia Briones. También me cuentan que era uno de esos médicos que te curaban solo con verle. Y es que antes, ser médico significaba ser una persona muy relevante y respetada socialmente. Hoy, por el contrario, se les hace trabajar en turnos de cuarenta y ocho horas y se les calumnia si se les ocurre protestar.
Lo cierto es que pocos se acuerdan ya del anterior médico de Alcocer y creo que es tiempo ya de ponerle remedio o, al menos, una escueta tirita.
Don Enrique de San Andrés Flores también era “don” y respetado. Por lo que se ve, mucho. Nació en Madrid hacia 1876 y obtuvo su título en 1904. Ejerció en Auñón brevemente y fue destinado posteriormente a Alcocer. En 1907 ya residía y ejercía aquí.
Su predecesor en el cargo de médico fue Ángel García López, Madrileño casado con una bilbaína, que estuvo en Alcocer algunos años y que dejó cinco alcocereñitos nacidos en la villa entre 1902 y 1906.
La primera mención de Enrique como médico de Alcocer la encontré en una necrológica que aparece publicada en el periódico La Región de ese año 1907, mencionando el fallecimiento de su primera hija Julia, enterrada en un nicho, ahora tumba, del cementerio de Alcocer, cuya lápida sigue hoy en ese mismo lugar.




Lo cierto es que su familia, los San Andrés, llevaba en Alcocer desde que su abuelo Abdón, natural de Almonacid de Zorita y casado con una alcocereña llamada Matilde Canora, fuera destinado como secretario del Ayuntamiento hacia 1866, habiendo sido antes secretario un tiempo en Renera. Una familia muy conocida y muy activa en Alcocer, pues aparte del abuelo Abdón, su tío Federico, abogado de profesión, fue juez municipal y luego alcalde, en las mismas fechas en que Enrique obtuvo su plaza en Alcocer, mientras su joven primo del mismo nombre que su padre Federico, era farmacéutico.
Aunque puntualmente aparece de nuevo en Auñón en 1909, mientras a Alcocer destinaron de nuevo a Ángel García López, a partir de 1910 ya solo se le relaciona con Alcocer en el ejercicio de su profesión.
Casó con Elisa Ballesteros Herráiz hacia 1903, que era hija de Vicente Ballesteros Pardo también ex alcalde y ex juez municipal de Alcocer, y de Isabel Herráiz, de Casasana, y sobrina de Víctor, hermano mayor de Vicente, otro ex alcalde y ex juez, ambos tratantes de carnes, ganaderos y con cierta importancia como propietarios. En una de las casas heredadas probablemente de los anteriores, fijaron su residencia, en el entonces número 20 de la calle Mayor.
Aparte de la malograda Julia y otro hijo, Jesús, que nació en 1909 y que falleció también con cuatro años de edad, Enrique tuvo dos hijos más, Julio y Carmen.






La casa de Mayor, 20. Resistiendo el paso del tiempo con elegancia
Julio de San Andrés Ballesteros, un chico rebelde
Carmen de San Andrés Ballesteros, a la moda


Datos biográficos
Don Enrique aparece a menudo en la prensa de la época, en algunos sucesos, siempre encargado de remendar accidentados y mediar en disputas, y también en efemérides, como personalidad destacada que era, siendo mencionado como tal en la inauguración del Grupo Escolar (Las Escuelas) por el periódico Flores y Abejas de 1926. Alcalde (Víctor López), diputado (Manuel González), médico (Enrique San Andrés) y párroco (Aniceto Moya) encabezan, por este orden, la lista de personalidades de la villa, seguidos de otros muchos.


Os dejo también como curiosidad este otro recorte de 1913, donde se cuenta la cura casi mágica de Pedro Espada de su presunta locura, para mayor gloria de la industria farmacéutica y de los elixires milagrosos


Aparece también muy a menudo, como decía antes, remendando heridos tras algún altercado.


Vida y "milagros"
Ambrosio era hermano de Miguel (el tío Migueláñez) y, como su padre Florencio, eran todos herreros. Ambrosio casó con una "cachena" (Benedicta Vivares) y nietos de Ambrosio tenemos en Alcocer a los Ibarra Fernández, Fernández Lanza y Ardebol Fernández.
Pedro Espada era de Cañaveruelas, vino como mozo de mulas a la hacienda del alemán, hoy finca "de la marquesa". Casó con Emilia la hija de Melitón Ayllón, encargado de la finca en esos tiempos, y de él descienden los "Espadas" alcocereños.
El desastre
Llegada la II República, Enrique se afilió a Izquierda Republicana, el partido que fundó Manuel Azaña. Así llega en el 36 el desgraciado golpe que arruinó España, nos regaló veinte años de hambrunas y racionamientos, sembró el terror y la corrupción y sepultó la convivencia, relegando a España, si cabe más aún, al aislamiento internacional y a ser un país paria, apestado, fuera de la ONU y con el que no estaba bien visto tener tratos. Aliado del mayor genocida de la historia de la humanidad, aplicó su misma estética, saludos, métodos y formas a su propia población: campos de concentración, encarcelamientos masivos, incautaciones, fusilamientos, torturas, persecución y muerte social. Ellos lo llamaban escuetamente “salvar España”. Y vaya si la "salvaron". Alcocer alcanzó su plenitud de población y riqueza en los años 30. En 1976, cuando nos devolvieron el pueblo, era ya una ruina económica, cultural y social completa. Ni sombra de lo que fue. De 1624 habitantes en 1930, pasamos a 674 en 1970.
El hijo mayor de Enrique, Julio, murió en combate en la guerra civil, en noviembre del 37, probablemente en Huesca desde donde llegó carta con la noticia, aunque su familia refiere Teruel como lugar del fallecimiento. Su cuerpo nunca se recuperó. Tenía unos 26 años.
Finalizada la guerra, Enrique, con 64 años, no se libró de la cárcel y de esa “muerte social”. Se le “incautaron” (robaron) propiedades y pertenencias, sin dejar registro escrito, ni constancia, y fue sacado de manera violenta de su casa por la Guardia Civil, para encarcelarlo, primero en Guadalajara, luego en Camposancos (Pontevedra) junto al menos otros cinco alcocereños y, finalmente en Santiago de Compostela, donde compartió prisión con Conrado Ayllón, otro alcocereño del que hablamos en un artículo anterior. Pesaron sobre él tres condenas a pena de muerte.
Según testimonios, el día del alzamiento, un grupo de alcocereños de bien, al grito de “¡hay que matar a todos los rojos!” y armados de fusiles y horcas pasaron por delante de su casa, en la calle Mayor. En el “patio”, una entrada que hace esa calle y que ahora sirve de aparcamiento, en animada tertulia, se encontraban la familia Ballesteros, Don Enrique y Don Juan José Briones. Allí se produjo un intercambio, al parecer solo verbal, y ante el peso y la influencia de los contertulios, sobre todo de Juan José Briones, un señor de poder, carácter y estatura imponentes, se consiguió que los “españoles de bien” volvieran a sus casas. Empezada la guerra, se hizo necesario neutralizar las quintas columnas y quienes inicialmente apoyaron el golpe y quedaron en zona republicana, fueron conducidos a prisión. Don Enrique, como testigo del levantamiento de Alcocer, declaró lo visto ese día. Esa fue la base de su acusación y futura perdición.
Apresados los presuntos golpistas, alguien decidió que no llegarían a Guadalajara y diez de ellos fueron asesinados en Peñalver el 4 de septiembre del 36, de camino a la cárcel. Los que sí llegaron antes o después de aquel suceso, fueron asesinados tres meses más tarde, el 6 de diciembre, por una muchedumbre fuera de sí, el mismo día del bombardeo de Guadalajara, en una saca masiva. En la guerra civil, por primera vez en la historia, se inició la bonita costumbre de bombardear objetivos civiles, sin interés militar y, al parecer, la cosa no fue del gusto de la población. Consta que, autoridades republicanas, se personaron en la prisión para impedir sin éxito la masacre. Según se informa, 23 aviones arrojaron 200 bombas incendiarias y 40 explosivas que causaron 18 víctimas mortales además de numerosos destrozos materiales, incluido el Palacio del Infantado, que quedó prácticamente destruido salvo la fachada. Bombardear civiles (y no la Seguridad Social o los pantanos, como asegura la propaganda) sí fue un invento que Franco, Mussolini y Hitler legaron a la historia, junto al Blitzkrieg, los campos de exterminio y los de trabajos forzados. Hoy día nos parece de lo más normal, porque bombardear civiles lo practica mucho nuestro amigo americano, entre otros. 40-50 millones de muertos en el mundo por la II guerra mundial. En España “solo” unos 500.000 en su precuela. Una suerte loca.
Su hija estuvo a punto de ser rapada y, previa ingesta de aceite de ricino, paseada junto a otras alcocereñas que no tuvieron tanta suerte. Para los niños, decir que el aceite de ricino sirve para que no puedas contenerte y así provocar que te defeques en público.
En la adversidad surge lo peor y lo mejor
Como toda historia de villanos tiene sus héroes, os cuento que, conmutadas las tres penas de muerte, Don Enrique ejerció de médico de los internos en las tres prisiones en las que estuvo, siendo en ocasiones el único médico para más de mil presos a quienes cuidó y curó en condiciones imposibles, de enfermedades y también de las resultas de los “cuidados” de los carceleros. Enrique salió de la cárcel en 1947 y su mente no volvió a ser la misma, quedando con secuelas traumáticas. Se le prohibió volver a ejercer, no tanto por su demencia, sino porque era la nueva costumbre. Sales de la cárcel, pero te privamos del sustento. Como tantas otras familias, su mujer, hija y nietos, como otras decenas de familias, dejaron el pueblo y malvendieron sus pertenencias. Su casa quedó vacía, aunque fue usada temporalmente en alquiler. Andrés Pérez Arribas, cura en los años sesenta y primeros setenta, estuvo un tiempo en ella alquilado. Fue finalmente adquirida por la familia que actualmente la posee, por intermediación de su primo Federico, el farmacéutico, según me cuentan.
Poco a poco, tras la muerte/asesinato en prisión del hermano de Elisa, la familia dejó de visitar Alcocer. Era el último de una larga lista: otro hermano fusilado, dos sobrinos caídos en combate y uno mutilado, con una pierna amputada; otro sobrino más fusilado y el marido de otra sobrina igualmente, fusilado. Pasaron por prisión otros dos o tres sobrinos más. La mujer de Enrique, por lo que sea, le cogió mucho asco al pueblo. Se establecieron en Santa Olalla, un pueblo de Toledo, con la familia de su yerno Teodoro de profesión farmacéutico y, más tarde, en Madrid.
De los hechos que se me han transmitido, de la lectura de sus cartas, mi impresión es que Enrique fué una gran persona y que no hizo más que cumplir sus obligaciones siempre. Más de treinta años en la localidad, pero casi nadie le recuerda. Espero que este relato sirva para hacerle un pequeño homenaje, puesto que las placas en Alcocer, en el siglo XXI, se reservan aún solo a curas y caciques.
Hasta aquí esta pequeña parte de su historia, de la historia nunca contada de Alcocer. Es la que me ha llegado a mí. Os la comparto porque pienso que todos deberían conocerla.


Enrique de San Andrés Flores en sus últimos años. Cortesía de la familia Sánchez-Caro de San Andrés.
Luis del Saz Ayllón, Alcocer, Guadalajara
Fuentes: testimonios familiares y de vecinos, Biblioteca Virtual del Ministerio de Cultura, Archivos estatales, militares, municipales y parroquiales, INE y Foro por la Memoria de Guadalajara.